A punto de cumplir un nuevo año de muerto, he vivido mi sexto año como tal. Las cosas no suelen cambiar mucho cuando uno está muerto. Supongo que si la naturaleza es cambiar y morir es natural, no es muy natural que las cosas no cambien. En fin, digamos que las cosas van muy lentas.
Como se puede apreciar hace mucho tiempo que no escribía nada. De alguna forma he perdido el interés en exhibirme o no he tenido ganas de pagar el precio que significa ponerme frente al pc, usar a alguien que no está en su sano juicio para prostituir mis emociones y vivencias. En fin, aquí estoy de vuelta. Estoy en un cuerpo de mujer y la historia que cuento siempre es triste y se parece siempre a esta historia.
Hace algunos años, me metí en el cuerpo de un hombre que estaba deprimido. Fue una de las primeras experiencias. Una de las primeras que me ayudó a comprender lo que pasaba,
Después de un tiempo, un par de años, me volví a encontrar con él. Me impresionaba lo bien que se veía. Lo seguí durante meses. Cada miércoles a las 20 horas en la consulta de la psicóloga lo veía hablar de su vida, desde lo más vulgar y simple, hasta temas de una profundidad que me torturaba escucharlo y empatizar con sus sentimientos. Hablaba de su hijo, de la impotencia de no poder ser su padre. De como su novia cambió radicalmente durante el embarazo. De como sin discutirlo siquiera, se alejó de él cuando parió a su hijo. De como lo alejó y le prohibió verlo. De ahí a los juzgados. A la burocracia de un sistema que favorece a la mujer.
Él seguía viviendo su vida, obviando su vacío. Llegando a las 9 a la oficina y saliendo a las 18 horas. Caminaba 10 minutos, llegaba a la pizzería. Pedía la de peperonni y un té. 20 minutos estirando el tiempo. 20 minutos mirando la vida de los otros por la ventana. Yo a su lado, mirando la pizza y el recuerdo me abre un apetito a un cuerpo que no tiene hambre, porque no hay cuerpo que la contenga. También miro la gente pasar. Veo la gente esperando el bus en el paradero de la esquina. Veo la vida de otros y parece un deja vu, que si no fuera por el clima creería que me estoy volviendo loco. Lo cierto es que todos los días, la misma gente, los mismos uniformes. Sólo cambia el clima con las semanas y la pizza. Luego de esos 20 minutos acompaño a él al club de boxeo. Lo veo hacer ejercicios y veo también los efectos de haber comido pizza antes de hacer deporte. Lo veo pegarle a un saco, pero no entiendo su falta de rabia. Su escasa inspiración. Lo veo agarrase a puñetazos con un compañero y lo veo perder una y otra vez. Luego de eso, se va a su departamento en el centro. Lo veo ver pornografía y masturbarse. Bueno eso no, prefiero irme para otro lado. Su vida amorosa es débil. aunque casi nunca lo acompaño a su trabajo, me he dado cuenta que le gusta la recepcionista. Una chica muy hermosa de ojos verdes y cabello rojo. Una linda chica. También veo lo nervioso que se coloca con ella y lo socialmente torpe que se vuelve frente a ella. En la oficina, hay una compañera que se nota que siente afinidad por él. También me doy cuenta que él se da cuenta de eso, pero por alguna razón que no entiendo lo obvia. La chica, es una morena con una personalidad encantadora, guapa, inteligente y cariñosa, pero él la obvia. En este punto hay cosa que es necesario contar y que no entendía. Durante ese tiempo no entendía, porque dirigía su atención hacia una chica que aparte de su belleza no tenía nada más que ofrecer y por qué una chica con la cual se podría formar algo, era obviada de esa forma. La respuesta llegó cuando empecé a ver que él solía gastarse dinero en prostitutas que llevaba a su departamento. Lo vi tener sexo, lo vi quedarse solo y ducharse después. Al principio me chocó, pero luego comprendí que hay vacíos que no se llenan, que hay puertas que no se pueden abrir y que él, no tiene nada solucionado. Que su vida es una mierda, una rutina que se repite. Una actuación para un público imaginario. Un público que odia los dramas y prefiere la comedia. Una divina comedia. Ahí comprendi que él prefiere la fantasía de unos ojos verdes a un futuro real con una linda morena. A plantarse frente a alguien que toque las teclas que abren un corazón, que después no se puede volver a cerrar y por el que se escapa la alegría cuando no hay un dedo que lo contenga.
Por un momento, creí en la historia. Creí, en que se podía sanar. Creí en el sueño citadino. Creí y tuve las ganas de que él saldría adelante. Creí, hasta el día en que no salió de la puerta de su edificio donde lo esperaba. Aburrido del tiempo que transcurría y de esa hora de la mañana de marchas grises, subí por las escaleras y no por el ascensor, ya que a veces me distraigo y atravieso las paredes y me quedo a oscuras entre los pisos. Llego al cuarto piso, atravieso la puerta, lo que es un cliché en mi estado. Lo veo frente al televisor. Tenía los ojos cerrados y un escalofrío se apoderó de mi no ser. Un mal presentimiento. Su brazo colgaba del brazo del sillón. Un frasco de aspirinas vacío sobre la mesa. Una hoja de gilette y un charco de sangre. Me meto a su cuerpo y no siento nada.
Los días pasaron, los olores llegaron a los vecinos y después de unos días su cuerpo estaba en un cajón cerrado. Después de un solitario funeral, lo acompañé a su último hogar. En el cementerio, veo a su hijo, que mira distraído a la gente y que sus tres años no entiende nada de nada.
Si las cosas son siempre igual y las reglas son las mismas para todos, espero que él haya podido ver lo mismo que yo. Un niño que es una copia de su padre, un universo de oportunidades.